Entre los reinos germanos que se conformaron en Europa, el de los francos fue adquiriendo una mayor importancia, la cual se comprobó, en el siglo VIII, debido a la invasión musulmana. En el año 711 los musulmanes derrotaron al rey visigodo Rodrigo, dominaron la península Ibérica y comenzaron a avanzar por el interior del continente.
Fueron los francos quienes, bajo el mando de Carlos Martel, detuvieron el avance del Islam en el año 732 en la batalla de Poitiers. Carlos Martel era el mayordomo de palacio del rey y de hecho era quien controlaba el reino.
Su hijo Pipino el Breve lo sucedió en el cargo y ejerció tal poder que, en el 751, apoyado por el Papa, se proclamó rey de los francos. Se iniciaba así la dinastía carolingia, en reemplazo de la dinastía merovingia.
LA DINASTÍA CAROLINGIA
Desde entonces, se forjó una especie de alianza entre el Papado y el reino franco: este contaba con el apoyo de la Iglesia Católica a la vez que le prestaba ayuda militar.
Esta alianza fue consolidada por el rey Carlos, hijo de Pipino. Carlos gobernó durante 46 años (768-814) y, mediante una eficiente política de conquistas, logró dominar extensos territorios de Europa, haciendo realidad el ideal de restablecer en Occidente un imperio cristiano. Así lo entendió el Papa León III, quien lo coronó como emperador de los cristianos el 25 de diciembre del año 800 en Roma. En adelante sería llamado Carlomagno (Carlos “el Grande”).
Carlomagno se esmeró en gobernar su imperio en forma eficaz y con un sentido de unidad. Estimuló el uso de la escritura y del latín como idioma oficial, se preocupó de contar con funcionarios letrados y con una
legislación común basada en las capitulares.
Por otra parte, Carlomagno estableció su corte en Aquisgrán. Desde allí asistido por funcionarios civiles y religiosos, gobernaba su imperio bajo una fórmula de poder absoluto, semejante al imperio romano.
Sin embargo, dos veces al año se reunían al modo germano, los hombres libres del Imperio en una asamblea general en la que se aprobaban las leyes, que eran recogidas por escrito en las llamadas “Capitulares”.
LA ADMINISTRACIÓN TERRITORIAL
Para la administración territorial, Carlomagno dividió el imperio en circunscripciones o provincias:
Los Condados:
Eran gobernados por un conde. Dividió el imperio en más de 200 condados, cada uno de ellos a cargo de un conde, guerrero de su confianza que percibía los impuestos, comandaba el ejército y administraba justicia en su nombre.
Las Marcas Fronterizas:
Eran gobernadas por un marqués. Eran territorios fronterizos con una función militar defensiva.
Vigilantes del Comportamiento de los Gobernantes:
Eran los “missi dominici” o enviados del señor. Inspectores que actuaban en defensa del poder central. Los missi dominici (enviados del señor), quienes recorrían el imperio inspeccionando la labor de condes, duques, marqueses, obispos, etc.
Todos ellos, al menos una vez al año, se reunían en una asamblea con Carlomagno, en la cual le renovaban su juramento de fidelidad personal.
EL RENACIMIENTO CAROLINGIO
Junto con organizar el imperio, Carlomagno puso especial énfasis en promover la cultura, dando lugar al llamado renacimiento carolingio. Carlomagno fundó escuelas y se rodeó de sabios como el teólogo Alcuino, nacido en Inglaterra, el lombardo Diácono y el germano Eginardo.
En su propio palacio de Aquisgrán funcionó una academia donde se estudiaban las artes liberales (el trivium: gramática, retórica y dialéctica y el quadrivium: geometría, aritmética, astrología y música), con el método de leer y comentar textos. Allí también funcionaba una escuela para niños, que visitaba con frecuencia.
La unidad y la seguridad que Carlomagno logró establecer después de tantos siglos de división, perduro mientras estuvo el con vida.
FIN DEL IMPERIO CAROLINGIO
Después de la muerte de Carlomagno, el imperio comenzó a fragmentarse, y en los siglos IX y X, Europa fue sacudida por violentas invasiones.
Los reyes no pudieron contenerlos y fueron perdiendo poder. El ideal del imperio, sin embargo, no estaba muerto y volvería a hacerse realidad en la Germania, a fines del siglo X, con el reino de los francos orientales.
En el año 962 el rey Otón I fue coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por el Papa.
OTON I